Monday, June 6, 2011     17:19
 

La Inauguración Artística del Teatro Nacional

Durante la época del Canal Francés con su gran auge económico y social, Panamá vivió muy grandes eventos teatrales, con innumerables compañías y destacados artistas que en sus giras hacia los países de la América del Sur, tenían una escala temporal en esta ciudad. Esta situación era aprovechada por empresarios alertas para contratarlos y ofrecer espectáculos en esta capital, que sólo debido a la envidiable posición geográfica podían llevarse a cabo y aparecían muy difíciles de costear para otros países.

La vida cultural panameña en los albores de la nación necesitaba revitalizarse. Así lo comprendió el Presidente Manuel Amador Guerrero, que desde mayo de 1904 dio el espaldarazo oficial al deseo de la Convención Nacional Constituyente, de construir un Teatro Nacional y un Palacio de Gobierno.

Los planos fueron confeccionados por el arquitecto italiano G. N. Ruggieri y el majestuoso teatro, asombro de todos los habitantes de la urbe capitalina y del resto del país, estuvo listo para su primer acto oficial al celebrarse la toma de posesión del segundo presidente de Panamá, don José Domingo de Obaldía, el 1 de octubre de 1908, a las 4:00 p.m. Sin embargo, su inauguración artística no tomaría lugar sino unas semanas más tarde.

Desde el 4 de octubre comenzaron a aparecer en los periódicos locales la noticia del próximo arribo, procedente de Guatemala, de la muy famosa y renombrada Compañía de Opera Lombardi, que por gestiones de Don Narciso Garay, venía contratada para una serie de presentaciones en Panamá.

Dirigida por Don Mario Lombardi, arriba en el Vapor Parismina al puerto de Colón, el 17 del mismo mes. Estaba integrada por 83 miembros de los cuales 25 eran artistas principales, 8 para papeles secundarios, 8 bailarines de ballet, un coro de 30 voces y una orquesta de 12 músicos.

Venía precedida de una justificada fama, habiendo actuado en diversos países del mundo y últimamente en el Teatro Francés de Opera de New Orleans, Louisiana.

El traslado a la capital del voluminoso equipaje necesitó de 20 vagones del ferrocarril y de un gran esfuerzo en el transbordo. Finalmente todo llegó en buen estado a la ciudad capital y se fijó la primera función para el día 22, anunciándose con gran profusión el estreno de la ópera Aída, una de las más bellas composiciones del maestro italiano Guiseppe Verdi.

El reparto de la obra se presentaba así:

El Rey: Sr. A. Manceri
Amneris: Srta. L. Mileri
Aída: Sra. L. De Benedetto
Radames: Sr. A. Scalabrini
Ramfis: Sr. P. Wulman
Amonastro: Sr. G. Pimmazzoni
Mensajero: Sr. A. Neri

Se cobraron los siguientes precios:

Palcos (8 asientos): $40.00
Anfiteatro $5.00
Luneta: $4.00
Galería: $1.00
Admisión General: $2.00 (de pie en el área de los anfiteatros)

El presidente de Obaldía, miembros de su gabinete e invitados especiales arribaron al teatro, ocupando los palcos de honor. La función se inició exactamente a las 8:40.

El profesor Narciso Garay dirigió la orquesta mientras tocaba una marcha patriótica de su inspiración y especialmente compuesta para ese memorable día.

Las crónicas y comentarios posteriores a la fecha del estreno, destacaban la singular maestría de los intérpretes, con la señora de Benedetto en primer lugar por su bella voz y su gran capacidad histriónica, en el difícil papel que le tocó desempeñar. Desde el primer instante de su actuación, cautivó en forma inmediata a la enorme concurrencia que llenaba totalmente la capacidad del teatro nacional.

El gran lujo del vestuario y el extraordinario apoyo que le dio la orquesta, fueron factores importantes de la exitosa velada de gala en esa inauguración artística.

Se estimó que más de 1,000 personas ocuparon todos los palcos en sus dos niveles, la luneta, los anfiteatros y su área posterior, al igual que una galería totalmente colmada.

La belleza de las decoraciones del teatro y todas sus luces refulgentes y esplendorosas, servían de fondo a las damas, que bellamente ataviadas con sus mejores y lujosos trajes, exhibían costosísimas joyas.

Se habían dado cita la crema y nata de la sociedad panameña para apoyar con su presencia el esfuerzo que se realizaba con el objeto de colocar a Panamá como gran centro cultural. A pesar de este singular éxito, siempre aparecieron las críticas sobre especuladores que compraron un gran número de boletos con el objeto de revenderlos a precios muy altos, obteniendo así ganancias enormes.

La noche inaugural sólo se abrió la entrada principal, sin usarse las otras dos, lo que provocó gran aglomeración del público y problemas para ingresar a sus puestos.

Se presentó también el caso de algunas personas a quienes se les permitió entrar antes de la hora señalada y tomaron los mejores puestos en la sección de galería, en medio de grandes protestas de los que habían formado largas filas para lograr un temprano acceso y que de pronto se veían burlados.

El lugar designado para la orquesta, resultaba muy estrecho especialmente para la sección de violines. También se dio la extraña ocurrencia de que un número de músicos panameños, empleados como refuerzo, se presentaron tarde a la función, pues debían primero cumplir con sus compromisos en la Banda Republicana y su retreta semanal del parque de Santa Ana.

Todos estos detalles fueron mejorados y la ciudad capital pudo disfrutar de un total de 20 presentaciones de la Compañía de Opera Lombardi, que fue posible mediante el subsidio gubernamental de $10,000.

La cultura también tenía su cabida entre los planes del Estado con este apoyo muy necesario, colocando a una joven república de apenas escasos cuatro años de vida independiente, en un lugar muy avanzado en América, con un grandioso Teatro, digno de las mejores ciudades del mundo.

El Teatro Nacional iniciaba una largo jornada, que lo llevaría a través de increíbles caminos en algunos de sus 86 años de existencia, senderos retorcidos que nunca más se deben retomar, sino proseguir hacia la dignidad solemne y elegancia clásica que fueron sus atributos desde los primeros años.

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