Monday, June 6, 2011     17:19
 

Aspinwall o Ciudad de Colón

Al descubrirse en enero de 1848, los yacimientos de oro en California, por el minero John August Suter, se produjo un cambio radical en la economía de Panamá, por haberse convertido en la ruta más corta para llegar a esos territorios.

Los viajeros arribaban de New York o New Orleans en barcos que llegaban al puerto de Chagres y desde allí proseguían en canoas hasta Cruces, para luego proseguir la travesía en lomo de mulas hasta Panamá.

Una verdadera odisea que tenía una duración de seis días, donde se soportaba toda clase de peligros e inconvenientes, desafiando lluvias, mosquitos, altas temperaturas y animales salvajes. En variadas ocasiones el problema eran los salteadores de camino.

A pesar de todo y el alto costo de $50.00 por persona, los peregrinos del oro, seguían fluyendo en grandes cantidades hacia Panamá y dejando mucho dinero en circulación. Siempre la economía de servicio que ha marcado nuestra historia a través de los tiempos.

Las cantinas, burdeles y casas de juegos estaban por todas partes y la economía florecía rápidamente en la ciudad capital.

Los habitantes del interior abandonaban su ganadería y agricultura, para dirigirse hacia esta próspera urbe, para lograr un enriquecimiento rápido, factor que se repetiría con frecuencia en nuestra historia (época del ferrocarril, del canal francés y americano y por último la Segunda Guerra Mundial).

Si los interminables viajeros se sometían a toda clase de impedimentos para cruzar el Istmo de Panamá y luego proseguir hasta California, no resultaría un verdadero éxito comercial, si un ferrocarril uniese las ciudades de Colón y Panamá?. Se obtendría un cruce muchísimo más rápido, pero sobre todo más cómodo y seguro.

Esa percepción económica la tuvieron William Henry Aspinwall, Henry Chauncey y John Lloyd Stephens quienes dieron los pasos para la formación de una compañía.

Anteriormente, los dos primeros ya habían establecido una asociación con el propósito de facilitar el transporte de correo y pasajeros de un extremo a otro de los Estados Unidos, por medio de barcos que anclaban en Panamá o Colón. El cruce por el istmo, se verificaba entonces, por mulas y canoas. Una vez en el puerto señalado, había otra nave de la misma compañía que recogía a los pasajeros y los llevaba hacia su destino final.

Basados en esta experiencia, no fue extraño que pensaran en la construcción de un ferrocarril transístmico.

La ruta por Panamá era la más corta, barata y menos peligrosa que arriesgarse por tierra en los Estados Unidos, transitando en diligencias como en los tiempos de los colonizadores, soportando los ataques de los indios, las altas montañas, los enormes ríos y los grandes cambios de temperatura que se experimentaban a través del camino, que hacían sumamente difícil esta travesía.

Tomar la vía por el Cabo de Hornos y dar toda esa vuelta alrededor de América era muy largo y más costoso. De New York a San Francisco vendría a representar alrededor de trece mil millas, mientras que por Panamá, solamente cinco mil. Un muy sustancial ahorro.

Ir por Nicaragua era otra posibilidad que se podía emplear como alternativa, aunque todavía más larga que la opción panameña.

El enorme tráfico de viajeros que pasaban por Panamá siguiendo la quimera del oro californiano, traía consigo diversas costumbres, vicios y enfermedades que esparcían por las calles de la ciudad.

Los habitantes miraban con asombro como se alteraba irremediablemente la diaria rutina al tratar de adaptarse a tan disímil avalancha.

Las pestes y enfermedades, los asaltos y saqueos a los viajeros, fue el caos observado por el trinomio Aspinwall, Chauncey y Stephens, cuando unieron sus voluntades para la construcción del ferrocarril de Panamá.

El primer paso fue obtener una concesión exclusiva que les dio el gobierno de gobierno de Nueva Granada para tal finalidad, mediante el contrato Stephens-Paredes, de marzo de 1850.

Los trabajos se iniciaron el 2 de mayo de 1850 y después de innumerables obstáculos y una gran cantidad de muertos entre los obreros, cuyas cifras exactas nunca se han conocido, el 28 de enero de 1855, el primer tren cruzó el istmo, siendo el séptimo ferrocarril del mundo, precedido sólo por Inglaterra (1814), Estados Unidos (1827), Canadá (1836), Cuba (1838), México y Perú (1850) y Brasil (1855), unos días antes que la obra de Panamá.

La Compañía del Ferrocarril de Panamá fue desde sus inicios un extraordinario éxito económico, llegando sus acciones a pagar hasta $295 de dividendos por cada una.

El pasaje costaba $25.00 por una sola vía. El largo del ferrocarril era de cuarenta y siete millas, solamente. Fue el primer tren transcontinental que existió por esos años.

Era indudable que Aspinwall con su recia personalidad y gran liderazgo, había sido el factor decisivo en la exitosa terminación del ferrocarril a través del Istmo.

En una ceremonia alusiva a estos trabajos, llevada a cabo en Colón, el 29 de febrero de 1852 y para conmemorar la muerte de Stephens, acaecida ese mismo año, se encontraba de paso hacia Washington, con el rango de Embajador de su país, el ex Ministro de Relaciones Exteriores de Nueva Granada, don Victoriano de Diego Paredes. En un instante eufórico, tomó la palabra y en un acto muy personal, levantó su copa de champagne, para proponer que se le cambiara el nombre a la ciudad de Colón y se le llamara en adelante, Aspinwall City, en honor de esa persona, respetada y admirada por todos, dinámico motor del ferrocarril. Los aplausos y más brindis por tan espectacular idea, no se hicieron esperar.

En dicho acto, se colocaría una caja de cobre con una descripción del acontecimiento que se estaba llevando a cabo, una copia del contrato Stephens-Paredes, un número del periódico New York Herald del 5 de febrero de 1852 (recién llegado a Colón) y una moneda de los Estados Unidos, Francia, Inglaterra y Nueva Granada.

Posiblemente don Victoriano recapacitaría más tarde, y a solas, sobre el desplante que lanzó y las repercusiones que iba a provocar su propuesta.

Los norteamericanos inmediatamente aceptaron tal sugerencia, nacida nada menos que de tan distinguida personalidad del mundo político colombiano y empezaron a llamar Aspinwall City a la segunda ciudad del ferrocarril.

El gobierno colombiano tuvo que ejercer una tremenda oposición a tal cambio, hasta el punto de dictar un decreto donde ordenaba devolver a su destinatario o simplemente destruir en otras ocasiones, a toda la correspondencia que llevara esa dirección en lugar de ciudad de Colón. Además prohibía la tramitación de cualquier documento que mencionara Aspinwall City, en su contenido.

También el gobierno granadino, aprovechando el regalo de una estatua del descubridor de América que le hiciera la Emperatriz de Francia, doña Eugenia de Montijo, ordenó que debía ser instalada en la ciudad de Colón. (Ver "Los cuatro viajes de la estatua de Cristóbal Colón").

La actitud decidida, patriótica y firme que adoptó el gobierno de Nueva Granada, logró mantener el nombre de la ciudad de Colón para el resto de los tiempos.

Y todo por un brindis champañesco!.

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