Monday, June 6, 2011     17:19
 

Las siete vidas del Hotel Aspinwall de Taboga

Durante la época de la construcción del Canal de Panamá, los franceses planearon desde 1882, la edificación de un sanatorio para convalecientes en la isla de Taboga.

Después del traspaso de todos las propiedades de la Nouvelle Compagnie du Canal Interoceanique, a los norteamericanos en mayo 4 de 1904, los nuevos dueños, captando de inmediato esta sabia concepción dentro de la medicina recuperativa, emprendieron la remodelación del citado nosocomio.

Por varios años prestó un gran servicio, con un período cumbre de 1911 a 1912, que señaló una admisión de más de tres mil pacientes, pero luego, al ir disminuyendo la fuerza laboral en la vía acuática al aproximarse el fin de los trabajos, la demanda por estas prestaciones se redujo en forma notoria.

Tal situación se convirtió en un factor decisivo que motivó al Departamento de Sanidad de la Zona del Canal a clausurar el centro para convalecientes y solicitar su traslado administrativo a otras dependencias.

Los nuevos dirigentes cambiaron radicalmente el enfoque original y plantearon la conversión de hospital a hotel, sugerencia que fue aprobada, dándose así el inicio a la correspondiente transformación.

Se escogió el nombre de HOTEL ASPINWALL en honor al Ing. W.H. Aspinwall, un destacado profesional que se había cubierto de gloria y fama durante la construcción del Ferrocarril de Panamá. Vale la pena recordar en este momento, que los norteamericanos quisieron rebautizar como Aspinwall City a la ciudad de Colón, decisión que recibió una firme y tenaz oposición del entonces gobierno colombiano, que logró impedir tal cambio.

Desde su inauguración en enero de 1914, el complejo hotelero fue un resonante triunfo, no solo por la belleza natural del paisaje y sus playas, sino por el excelente servicio que allí se ofrecía.

Muy pronto se convirtió en un gran centro social, donde se celebraban distinguidas recepciones y reuniones de la más alta categoría.

Se organizaban con frecuencia excursiones a la isla para fines de semana, con bailes y variadas actividades, que gozaron de enorme popularidad y magnífica asistencia, generando así una gran inyección monetaria a todos los niveles, incluso para los no muy esforzados moradores del lugar.

El Aspinwall, como era conocido por todos, funcionó muy satisfactoriamente hasta junio de 1916, cuando por dificultades económicas, tuvo que cerrar, en forma parcial, sus actividades, aunque continuó algo maltrecho, hasta diciembre del mismo año, manteniéndose como un sitio para paseos especiales.

Nuevamente se abre en enero de 1917, ofreciéndose grandes atracciones a los viajeros, con un servicio diario de lanchas y redoblado hacia los fines de semana. El costo del pasaje era de $0.30 los adultos y $0.20 los niños.

Desde el Hotel Tívoli había buses que trasladaban a los turistas directamente hacia los muelles de Balboa. El Ferrocarril de Panamá también cooperó, ofreciendo transportar el equipaje de los pasajeros desde Cristóbal a $0.25 por bulto y en conexión directa con los muelles. Todo este conjunto de medidas otorgaron un nuevo soplo de vida al hotel, que parecía dirigirse otra vez hacia sus mejores días.

Con la entrada de los Estados Unidos a la Primera Guerra Mundial se implantaron medidas restrictivas, tales como severas limitaciones a los permisos para los empleados del Canal y miembros del ejército, controles de luces eléctricas por las noches, racionamiento de alimentos y gasolina, determinando un nuevo cierre del hotel en abril de 1917, destinándose ahora como un campo de concentración para los prisioneros alemanes.

En esta nueva faceta continuó cerca de un año hasta que se llevó a cabo una redistribución de dichos cautivos por toda la Unión Norteamericana.

El 30 de mayo de 1918 y posterior a otra remodelación de sus instalaciones fue abierto nuevamente al público.

Se construyeron canchas de tenis, se alquilaban botes para remar, lanchas para pasear y se ofrecían atractivos descuentos que señalaban un costo de $50.00 mensuales, incluyendo transporte, alimentación y hospedaje.

No obstante todas estas ventajas propuestas, las finanzas no mejoraban y por las grandes pérdidas en sus balances contables, se optó por cerrarlo el 5 de julio de 1921.

Después de infructuosos esfuerzos llevados a cabo por el Gobierno de los Estados Unidos para no clausurarlo definitivamente, se decidió traspasar el negocio a una compañía privada dirigida por James Malloy y su esposa Tilly, quienes traían excelentes credenciales y experiencia derivadas de una seria y próspera administración del Club Strangers de Colón.

En agosto de 1921 empieza una nueva carrera ascendente del Hotel Aspinwall con un tremendo auge económico, primordial resultado del cariño y dedicación que le prodigaron sus nuevos gerentes, unidos a los inmejorables servicios que se presentaban. No existe la menor duda que fue la época de oro del Aspinwall, donde se reunían todos los personajes importantes, nacionales y extranjeros, quienes representaban la distinción y elegancia de la época.

En junio de 1923 una nueva calamidad apareció en su existencia con motivo de un incendio que se propagó a gran parte de sus instalaciones, empeorado por la clásica excusa de insuficiente cantidad de agua para combatirlo.

Los marinos del buque de guerra Galveston que se encontraba fondeado frente a la isla, jugaron un papel muy importante en el control de dicho siniestro.

De aquí resurgió como el ave fénix para continuar con fluctuaciones económicas, unos años con ganancias y otros con pérdida, hasta que durante la Segunda Guerra Mundial era ya casi imposible mantenerlo con vida. Se habían efectuado demasiadas reparaciones a sus antiguas estructuras que no resistían una sola alteración adicional.

Eran tablas anticuadas sobre bases aún mas caducas o tablas nuevas sobre soportes inservibles.

Para 1945 ya estaba casi en total abandono y completo desmantelamiento.

El ejército de los Estados Unidos trató de usarlo como una pequeña base militar durante la guerra, que posteriormente fue cambiada para la cima de la montaña en la isla.

Ya el viejo hotel, para estos tiempos, no se podía levantar más y escuchó el conteo final. Pero batalló como los buenos y los de clase, ya que imitando a los gatos, lo tuvieron que matar siete veces.

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